viernes, enero 24, 2025

SANTA MARTA Breve historia sobre Arte y Educación




SANTA MARTA
Breve historia sobre
Arte y Educación 
a propócito de los 500 años.




Si…
en esta ciudad “donde el recuerdo de la infancia llora” (afirmación textual de alguien que hace mucho tiempo decidió convertir uno de los escritos más tristes y complicados, en un himno), no es difícil para cualquier persona oriunda o, como yo, que la haya vivido por más de 10 años en ella, darse a la tarea de convertir sus ideas con ínfulas de teórico del arte en un escrito que haga las veces de ensayo sobre la producción plástica samaria, y aunque igual de complicado esté lleno de vivencias de esas que quedan indelebles en el pensamiento de los que se pasan la vida tratando de hacer arte.  

Corría aciago y de medio día pa’ bajo el año de 1994 cuando a mi familia completa se le ocurrió la “estupenda” idea de que como había pasado todo el bachillerato pintando dibujitos en los cuadernos era por la sencilla razón de que yo debería ser un artista al mejor estilo de Obregón o Botero.   

Entonces fue cuando ellos con la firme certeza, y yo sumergido completamente en mis pensamientos sobre los huevos del gallo llegamos hasta las puertas del entonces Instituto de Cultura del Magdalena a cuadra y media de esa casa de esquina que se hizo famosa porque a Bolívar, medio muerto, se le pasó por la mente, la ahora turística idea, de dormir una noche a tres pasos del mar.     

Para esos días ese era el ojo del debilucho huracán del arte del Magdalena; dos pisos de pura cultura al mejor estilo samario; clases vocacionales de pintura, de música, guitarra, piano, un viejito de nombre pacho Rada y que no sabiamos lo famoso que era, se pasaba todo el día enseñando la piña madura en una acordeón un poco desgastada, Y hasta en el patio un carpintero tambien famoso por hacerle las puertas a las iglecias de la región, daba instrucciones precisas de cómo tallar una cayena en la tapa de un baúl de Ceiba.

En fin, como para ser Obregón había que empezar pronto el estudio de la arquitectura egipcia o los óleos renacentistas inclusive las ideas revolucionarias de los de la Bauhaus, más obligado que cualquier otra cosa, me inscribí en unas clases que tenían el atrevimiento de darle a uno el título de maestro en artes plásticas. Los profesores (como todavía hoy es costumbre) eran académicos autodidactas, pequeño detalle que a mi modo de ver, ha mantenido la educación del arte de la ciudad, anclada en la historia, por así decirlo; sobre todo cuando la pérdida de identidad más antigua de América nos apabulla, y sin culpar a nadie me pregunto: por qué en las calles no se oyen vallenatos en guitarras sino corridos prohibidos, o por los pelaos de ahora son apacinados por los 
Brownies y Sparkies,paro jamaz an probado las bolas de tamarindo con azucar, o bola el chocolate. o porque nadie dijo nada cuando un cachaco se le ocurrió montar una serie de esculturas en la orilla de la playa en las mismas narices del cuartel de policías, de “indígenas” quien sabe de dónde por qué no tienen nada que ver con los kogis o los arahuacos; y que fueron muy seguramente diseñados en un taller de Bogotá, sin la más mínima investigación de la etnia o antropología local y que el pueblo entero a pesar de esto la convirtieran en lo que son hoy.  Los símbolos de la ciudad.     

Entonces 10 años en el ámbito artístico más una carrera de licenciado en Artes Plásticas, creo que al menos avalan mi intención de crítico y me llevan a afirmar con certeza casi temeraria que la enseñanza del arte en Santa Marta se divide en dos partes muy importantes: antes y después de la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad del Magdalena;

Antes de L.A.P.U.M. existía y existen aún muchos trabajadores del arte que a bien se dedicaban a la búsqueda de un arte “regionalista”, casi decolonial. Con lenguajes que mostraran en todas sus características posibles no solo un afán de originalidad, ademas una diferencia en comparación con la producción artística nacional de ese entonces, sino que también negara cualquier influencia de ella. Empezando con trabajos como el del maestro Momo del Villar donde el color quedaba en segundo plano, debido a la fuerza del diseño de sus composiciones de líneas gruesas y delgadas como evocando auras.  Pasando por Diomedes Vargas y aquella famosa crítica que alguna vez hizo de su trabajo la Non Plus Ultra del Arte en la Colombia de los Setentas Marta Traba y que lo dejaba a un lado del camino, de la fama no al igual que a sus compañeros de trabajo y francachela, Negret, Obregón y Grau entre otros, p
ero que se destaca por un manejo de la técnica del óleo impecable, autorretratos de composiciones sencillas, de colores suaves evocando a primera vista el puntillismo de Seurat pero sin negar en modo alguno la influencia que recibió del muralismo Mexicano y los Bachué.


Dando un gran salto más de tiempo que de propuestas con una producción bastante extensa, un grupo de pintores que para bien o para mal, se han dedicado mucho más al trabajo y el depure de técnicas pictóricas clásicas que al estudio de las artes en general y que poco a poco se fueron quedando, por decirlo de alguna forma, relegados en el tiempo artístico y plástico del arte de caballete. Lo cual les creó en sus mentes y en sus pinceles una comprencible actitud de negación a las ya no tan nuevas tendencias del arte de concepto, ese que no se acuerda del lienzo. Mucho menos del pincel, ese que por allá lejos Joseph Beuys  planteaba el revolcón del arte con una liebre muerta en la mano, y Duchamp quedó pasmado cuando al querer burlarse del arte al exponer parte de su bicicleta. La convirtió en obra maestra del Conceptualismo

Por acá un poco más cerca tanto de espacio como de tiempo se volvía arte los objetos cotidianos, la ropa, los chismes, las cosas de la casa de María Teresa Hincapié, colocandolas en fila india, en el piso de la sala de exposiciones del Gran Salón Nacional y otro artista decidió desenterrar de la plástica nacional,  precolombinos en forma de Bart Simpson y Mickey mouse


De todas maneras, cuando se está en la lucha de querer hacer arte, si no importan los errores, si importan las críticas. Aunque, en estos términos, pareciese que simplemente se hacen y se obtienen resultados solo para complacencia del espíritu.


ah......Bueno esos diez minutos de gloria en el arte mundial que logramos con Teresa Sánchez la única artista samaria y una de los tres Colombianos que tiene una obra 
colgada en la sala de los famosos,  en el The Museum of Modern Art, de New York. El segundo en importancia del mundo.


No podemos olvidar esa otra pequeña rama del árbol que han sido las clases vocacionales de unos tres talleres reconocidos en la ciudad por aquellos cuyo resultado ha sido lo que se esperaba, pero, de todas formas, no olvidemos que a estas clases asisten en primera instancias personas que solo desean ocupar su tiempo libre en algo

Y por último,  un no determinado número de damas prestigiosas de la ciudad que encontraron en la práctica del arte sumergidas en sus completísimos talleres privados un modo In de pasar el tiempo.

Después de la L.A.P.U.M.
El hecho que la contextualice no sólo de tiempo y espacio sino de producción Plástica Samaria, quiere decir que no se puede negar que estos jóvenes que contaron con la suerte de tener el apoyo de la más importante institución educativa superior del departamento (Unimagdalena) como también de entidades que trabajaban de lleno en la cultura del departamento como el Banco de la República y el Museo Bolivariano. Apoyo que se tradujo en un desfile de personajes de reconocimiento nacional y mundial en el campo del arte, que trajeron a la ciudad todo una gama de conceptos y apreciaciones sobre la plástica del momento, llenándole la cabeza a los jóvenes estudiantes de arte de la universidad, de un nuevo sentido de representación, mucho más libre, pero sobre todo con el peso de la importancia que da la experimentación.     

Ramírez Villamizar, Rayo, Sarmiento, Grau, Rojas, Hincapié, y hasta Germán Rubiano quien en una conferencia nos exhibió más de 500 diapositivas sobre los nuevos conceptos de arte del mundo pasándolas él mismo explicando cada una sin voltear a verlas y sin equivocarse con ninguna. Fueron necesarias para que el mediano grupo de jóvenes de mentes abiertas dejaran de lado el clasicismo o el impresionismo, que acababan de aprender, y comenzaran a amarrar muros voladores a los techos o a utilizar el cuerpo como elemento vital en el lenguaje plástico o a convertir un cementerio de 400 años de antigüedad en horas de la noche en un gran Ready made incluso uno que paralizó la ciudad y todos sus organismos de seguridad y emergencia porque una mañana pintó un croquis humano en el andén de un parque y le puso dentro un corazón fresco de vaca, porque según el eso... era arte.
Y fuera o no es lo de menos en este asunto, porque lo que sí es cierto es que un boom de ideas nuevas movió de una manera casi extraña como el remezón de un temblor de tierra, los movimientos artísticos locales ya fuesen de la plástica, de teatro y hasta la poesía.

Enseguida se vieron llegar los reconocimientos, los premios Regionales, Nacionales, e Internacionales. Los pelaos se codeaban entre los primeros puestos del gran Salón Nacional, los invitaban al Rabinovich, participaban en bienales de Brasil y un grupo entero participó en una colectiva itinerante en Europa En fin empezaron con paso de animal grande.  

Lo que pasó después fue algo extraño que muy pocas personas logramos entender; nadie se explicó porque cuando las cosas iban “bien”, cuando se veía el renacer del arte en la ciudad, Santa Marta aparecía nuevamente para bien o para mal en las revistas de arte del país, de un momento a otro todo parecía meterse en un letargo. Se cerró 
el instituto de cultura como también la licenciatura, ninguna empresa o institución tenia plata para seguir trayendo buenos talleristas y, en pocas palabras, todo el terreno que se había ganado se fue diluyendo paulatinamente.

Todo esto tal vez no sea más que la versión local y macondiana del Efecto Mariposa del que habla Carolina Ponce de León, en su libro de ensayos sobre el Arte en Colombia.

Pero si hay que dejar bien claro que en Santa Marta, como en cualquier rincón de Colombia, sólo se necesita un poco de apoyo, decidido y coordinado para que el arte aflore. Solo es cuestión de que una empresa o institución, ya sea privada o del estado, se declare amigo de los procesos artísticos para que el tren vuelva a arrancar,  la nueva licenciatura en artes de la Universidad del Magdalena es prueba de eso, un nuevo enjambre de jovenes aprendiendo arte haciendolo, con una oferta curricular aun mas completa, ya sobresalen nuevos pintores pero  sobre todo muchos mas artistas del cuerpo  con conocimiento musicales, esteticos, sonoros, conceptuales, y por supuesto, con conocimientos  tecnologicos, que ademas investigan en las historias locales que  despues resignifican en la modernidad de sus realidades. pero lo más importante  es que serán los nuevos docentes del arte de la región y del país porque llevan intrenseco  importancia  de los procesos pedagogicos y de la aprpiacion del conocimiento con compropmiso en el territorio.

Entiendo, porque siempre lo he tenido bien claro, que todavía me falta la mayor parte del trayecto que hay que recorrer para lograr hacer crítica en el arte de una manera constructiva sin irse por las ramas; sobre todo hoy cuando ya la gente olvidó que es mucho más fácil hablar de las cosas que hacerlas. En este país ya nos volvimos expertos, las reinas de belleza, en famosos cantantes que no saben cantar, los partidos de fútbol o los realities de la TV son tan importantes por la sencilla razón, de que nos dan de que hablar.    


RENE ESCORCIA


martes, febrero 11, 2020


EL MENSAJERO DIVINO

LEL MENSAJERO DIVINO

Una historia oral del pueblo de Zapayán

tribuAparte · 2024


Las historias de ese pueblito llamado Zapayán son tan reales como sorprendentes.
Yo las he vivido, y también las he sentido.

Una de las que más me ha dado vueltas en la memoria es la que me hizo conocer y entender un extraño concepto colectivo de fe.

Esta historia me la contó mi abuela Sixta Tulia en una de esas noches frescas, de Puntadepiedras, como se llamaba Zapayan antes. con mi cabeza recostada en las piernas de ella, sentados en el quicio de la puerta de su casa, en un pueblo de calles de barro hasta las rodillas. La mayor “virtud” de esta época era que solo había luz eléctrica de cinco de la tarde a nueve de la noche, gracias a una escandalosa planta eléctrica, del tamaño de un tractor, que tenían a 5 cuadras  de distancia y que alimentaba todo el pueblo con un galón de ACPM diario, pero que muchas veces no se tenia el dinero para este combustible por lo que habían noches silenciosas.

En total oscuridad, me narraba historias que parecían fantásticas mientras, con sus manos temblorosas, me sacaba liendres al tiento. Como se le decía  a la técnica de tantear suavemente con la yema de los dedos el cabello, hebra por hebra para detectar las liendras y piojos sin necesidad de mirar.  Y al mismo tiempo saludaba, con nombre propio, a todas y cada una de las voces fantasma que transitaban en medio de la oscura calle.

Ahí me contó, cómo una tarde de mayo del 76 llegó, como un huracán, la revolución al pueblo entero. En solo dos horas, el mundo se detuvo y se  movilizaron en romería silenciosa todas las mujeres y hombres adultos entre los 20 y los 50 años.

Todos los habitantes andaban entre nerviosos y confundidos, ya que desde una semana atrás un pastor viajero —al parecer evangélico— había llegado a la pequeña plaza, ubicada entre la iglesia y el puesto de salud, Ambos lugares permanecían siempre cerrados, pues el cura y el médico solo llegaban de visita por dos días cada dos meses.

Este nuevo desconocido, armado de un rudimentario altavoz blanco con negro que se escuchaba entrecortado al parecer por el desgaste de sus baterías. a la misma hora y durante quince minutos diarios, con biblia en mano, se dedicaba a leer siempre el mismo fragmento: 1° de Reyes, capítulo 20, versículos del 1 al 16. Ese que cuanta la historia cómo Ben-Adad, rey de Siria, sitió Samaria y envió un mensaje a Acab, rey de Israel:

-“Así ha dicho Ben-Adad:


-Tu plata y tu oro son míos; míos son también tus mujeres y tus hijos más hermosos.


-Tu plata y tu oro, y tus mujeres y tus hijos me darás.


-Además, mañana a estas horas enviaré yo a ti mis siervos, los cuales registrarán tu casa, y las casas de tus siervos; y tomarán y llevarán todo lo precioso que tengas.”

 

Con exactitud diaria leía el mismo fragmento.  Día a día los feligreses se multiplicaban más, por temor que por fe; temían más al castigo de ignorar la palabra divina, viniera de quien viniera.

El séptimo y penúltimo día, el visitante —que seguía siendo un desconocido, pero que ya era visualizado por muchos como con un aura Sacra, pues nadie sabía de donde aparecía y nadie lo había visto comer o beber alimento alguno— comunicó una visión divina a los presentes:

 

Todos y cada uno de ustedes, los que están aquí y los que se han quedado en sus casas, tienen razón en temer

Afirmó con la voz ronca y entrecortada a través del megáfono.


- Porque para mañana a esta hora, los que ya han cumplido 20 años de edad, pero no 60, deberán venir a este mismo sitio, ante la presencia del Señor.


- Y deberán venir sin ninguna prenda de valor, sin dinero, porque el oro y la plata no son divinos. En cambio, son anclas del demonio
.

 

Déjalo todo en tu casa, envuelto en tela negra debajo de tu almohada, y ven al lavatorio de espíritus... o sigue viviendo en pecado-

 

Al día siguiente, dos horas antes, todo el pueblo se preparaba: anillos, cadenas, relojes y dinero eran envueltos en trapos negros y escondidos bajo las almohadas, tal como se les había indicado.

Mi tía la Negra Roquelina, quien por sus limitaciones físicas no había podido asistir a las seis reuniones anteriores del enviado divino, decidió que esta vez iría. Pero se desesperó al ver que no podía quitarse el anillo de oro que llevaba desde hacía casi tres décadas en el dedo anular de su mano derecha.

Ni jabón, ni mierda de gallina, ni manteca de cerdo tibia, ni siquiera la vela de sebo de chivo lograron sacarlo. Al contrario, tanto esfuerzo le había hinchado el dedo.

Pensó entonces en hablar con el pastor, para que intercediera como correo celestial, o al menos colarse entre la multitud con la mano envuelta en un trapo, y así recibir la unción.

Salió a toda prisa, con dificultad por la poliomielitis infantil que la acompañaba desde niña. Recorrió las seis cuadras que la separaban su casa a la plaza. En el camino pasó por la tienda del primo José Manuel, quien preocupado también había tomado la determinación de no asistir, pues se había hecho poner dos coronas y un diente de oro macizo que, hasta ese día, era su orgullo... pero que  ahora era su ancla al infierno.

En su desespero, la Negra miró hacia el interior de la tienda y vio su solución: sobre el mesón de madera rústica reposaba una pequeña pero intimidante guillotina metálica, la misma que esos tiempos usaban los tenderos para partir las panelas en medios y en cuartos.

—¡José, ayúdame, que me quedo sin la salvación!

—gritó mientras entraba casi a gatas.

Metió el dedo ensortijado hasta la última falange y cerró los ojos con desesperación. José en su afán de ayudar se hincó, dispuesto a realizar un corte limpio y rápido. Ella sintió ese frío tembloroso en la espalda, ese que llega cuando la mente sabe que el dolor está por venir. Todo parecía suceder en cámara lenta...

Justo una fracción de segundos antes del corte notó que todo volvía a su ritmo normal, al escuchar el murmullo de personas acercándose, vio algo extraño, ya que la multitud venía en dirección contraria a la plaza.

Entonces preguntó si él y mi tía manca, se habían quedado sin la salvación.

Alguien respondió con voz de descontento:

—Nombre, tranquilos. Hoy ya no vino Dios a la plaza.

Dicen que el pastor también se enfermó. Porque tampoco apareció.

Nunca nadie  supo que fue lo que pasó al fin con el pastor, o si Dios no creía en la inocencia de aquel pueblo de la orilla de la ciénega

Lo que sí fue cierto es que nadie entendió qué poder divino logró desaparecer todos los envoltorios negros de debajo de las almohadas... de todas las casas solas del pueblo, en tan solo tres horas.

 

Lic.  Rene Escorcia.






lunes, febrero 10, 2020


EL CAJÓN DE INOCENCIA.
 

Desde que tuve memoria, siempre para Semana Santa época feliz de mi vida, después de tremenda madrugada, a eso de las 4 de la mañana para no perder el bus del loco Izasa que salía puntual a las cuatro treinta de la vieja plaza del mercado de Fundación, y como el alias del conductor no era por pura casualidad. Las dos horas reglamentarias de viaje hasta Barranquilla se reducían tanto, que en poco más de una hora ya estaba montado en el bus de escalera que del viejo puerto de Barranquilla salía hacia Calamar en el departamento de Bolívar, Y allí en la orilla del rio, a las ocho en punto estaba cogiendo puesto en la única Champa, como le decían por esos lados a una tremenda lancha de cuatro metros de eslora con dos motores fuera de borda que atestaban de gente. y con toda la carga de maletas canastas de cervezas tanque de leche y pertrechos apilados en proa para así evitar que con la tremenda velocidad de navegación río arriba, ésta se volcara, más una hora en un caño de aguas empestadas de Manatíes que desemboca a la Ciénaga zapayán. Donde los Barbules y Coroncoros se estrellaban con el piso de la embarcación, para al cabo de la una de la tarde estar arribando al apilamiento natural de rocas enormes y casi cuadradas que forman el puerto y que también le daban el nombre a la hermosa población, Punta de Piedras Magdalena Donde el que no hubiera luz eléctrica, era un motivo de orgullo, y que casualmente, sólo queda ubicada a 40 minutos en línea recta de Fundación. Claro si existiera la carretera que hace más de 20 años el gobierno nacional mandó a construir para unir una cantidad innumerable de pueblos, pero que extrañamente nadie sabe que se hiso la plata.


En la tranquilidad de Punta de Piedras, Tampoco existían delitos tan graves, como para que el único representante de la ley y el orden: mi abuelo el inspector, interrumpiera la tranquilidad que disfrutaba mientras un Bocachico frito entraba a una velocidad sorprendente en partes moderadas por el lado derecho de la boca y salieran solo espinas por el lado izquierdo. Sentado en un taburete, recostado a uno de los horcones de la puerta del traspatio, mirando de reojos a mi abuela Sixta Tulia, quien ponía un plato de comida en las manos temblorosas de mi tía Inocencia, una anciana y demacrada mujer de más de cincuenta años pero que aparentaba como ochenta, porque según cuentan todos, un arroz de leche embrujado que no era para ella, y que se comió una semana santa a los diecisiete años de edad, no sólo la cegó, le limitó el setenta por ciento de sus movimientos, le quitó por completo la cordura, la frenó en tiempo y espacio, y la puso a viajar en su mente en medio de conversaciones anuales con gente que no existe o que ya hace años murieron.            


En esa casa mitad de tablas y mitad de bahareque había algo que más que llamarme la atención, hacía que mis dos semanas de vacaciones se sintieran algo incomodas. En el cruce vigas del rincón que estaban justo sobre la cama de mi tía Ino, -como le decíamos de cariño- había atravesado cual caja de chécheres un polvoriento ataúd de madera de laca rojiza.

 

En los primeros años sólo me limitaba a verlo con el rabo del ojo, porque parecía como si él me llamara, pero yo hacía como si no fuera conmigo.        

Tiempo después me enteré que un médico viajero que llegó al pueblo años atrás, y quien fue el único acreditado, tuvo el atrevimiento de auscultar minuciosamente a la embrujada tía, y después de casi cuarenta minutos se dirigió a los presentes. Para decirles con palabras indoloras Que -Ino-, se podría morir en cualquier momento, fue cuando mi abuelo, quién era hombre precavido, y de común acuerdo con tíos y familiares para que este trágico momento no los cogiera de sorpresa, mandaron a hacer un cajón a su medida como era costumbre con el único carpintero del pueblo, a la espera de la hora de partida, de la desahuciad tía, Pero extrañamente, ese momento demoró desde ese día poco más de 50 años.

 

Lo insólito del hecho, fue que algunas veces cuando alguien cercano o conocido de la familia en el pueblo moría de manera intempestiva, llegaban a la casa y le pedían a mi abuelo que les prestara el cajón de Inocencia quien ni corto ni perezoso lo bajaba y desempolvaba al calor de la habladuría de mi tía Ino, la que por arte de magia recobraba la cordura por unos días, solo para oponerse a que como ella misma decía, le perratearan su última morada.         

Fueron varias más de seis veces en que se llevó a cabo el préstamo, incluso hasta para un niño que murió al caer de un caballo y quien ocupó poco menos de la mitad del espacio mortuorio.


Siempre que prestaban el cajón, a mi abuela Sixta, le tocaba dos o tres meses después visitar en varias oportunidades a los olvidadizos dolientes para recordarles que mandaran fabricar otro cajón y lo devolvieran, porque solo cuando éste estaba arriba de las vigas del cuarto de Inocencia, había tranquilidad en la casa ya que la dueña y destinataria inicial dejaba de tener momentos de cordura.

 

- “Por lo que veo van a enterrar a medio pueblo en mi cajón

Decía la quejumbrosa tía en medio la tarde calurosa, mientras bombeaba fresco entre sus piernas abanicando sus enaguas con su única mano funcional

- “el día que me toque usarlo a mí, el de arriba no va a saber ni quién soy yo”.

mi abuelo aprovechaba mas y se divertía alborotando más el avispero cuando le contestaba en voz calmada

 

" -he visto primero morir pollos que gallos".

 

Y ella le replicaba

 

-bueno que falta de respeto es esa de Gregorio que cree que es fartedá mía,

-Hasta pecado ha de ser eso de andar prestándome el cajón como si fuera un bollo por la cerca?

                    

Lo más triste fue cuando le llegó el día a Inocencia del Carmen, hace año y medio el cajón no estuvo ahí y lógicamente a mis tíos les tocó comprar otro, y me atrevo a creer que nadie se acordó del Cajón prestado; excepto yo, que en ese momento me encontraba a kilómetros de distancia-.  

   

La Semana Santa pasada y después de ocho años de no regresar a Zapayán, nuevo nombre que le han dado hoy a Punta de Piedras, porque según un alcalde se escucha más elegante. Me encontraba como a eso de las tres de la tarde en la sala remodelada de la casa de mi abuelo, cuando vi, que en la puerta y de un carro de mula un par hombres bajaron y entraron un cajón de madera color rojizo, quienes después de causarme una zipote impresión, que me dio un vuelco completo el corazón,

 

dijeron textualmente:                    

Que acá Mandaron este cajón, el que le prestaron a Etelvina la de Francisco Muñoz, en el 99.

 

Que muchas gracias”.                    


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