viernes, julio 21, 2006

CONFORMACIÓN DEL CONCEPTO DE ESTADO ESPIRITUAL DE DERECHO Y LOS REGIMENES INMATERIALES RURALES O SIMPLEMENTE -ZAPAYAN-


CONFORMACIÓN DEL CONCEPTO DE ESTADO ESPIRITUAL DE DERECHO Y LOS REGIMENES INMATERIALES RURALES

O SIMPLEMENTE  -ZAPAYAN-

 

Parte 1

Los Guerrillos

 

Haré mi mayor esfuerzo literario para que esta historia no tenga nada que ver con política,  o con cosa alguna que se le parezca. Y antes que todo, quiero dejar algo bien claro:   sólo cuento con la experiencia que me dan las anuales vacaciones que, en mis 38 años de vida, me han permitido disfrutar de un próspero municipio a la orilla de la Ciénaga de Zapayán.

Recuerdo con impresionante claridad un pueblo sencillo, de los que sólo existen en la memoria de los pocos que allí viven, ubicado en el último recodo de una ciénaga todavía hoy desconocida. Bueno, a decir verdad, comenzó a hacerse famosa desde que, una noche, como a eso de las 9:00 p.m., en la plenitud de la dictadura de los mosquitos, se escuchó por todos los rincones del pueblo un estallido seco, corto y casi indescriptible. Que despertó no sólo del sueño, sino también del raciocinio a todos los pobladores, los que se asomaron a las puertas y ventanas de las casas como si sufrieran un ataque colectivo de sonambulismo.

El momento era tan incierto que sólo alcanzaba para una innumerable cantidad de caras mudas en medio de la penumbra.


—¡Una centella!

—alcanzó a decir un niño de unos 14 años de edad, cuyo abuelo lo calló en el acto con un tapabocas que casi le saca sangre.

Transcurrieron unos seis u ocho minutos desde el extraño sonido, cuando  Aquileo, un joven recién casado y con machete en mano, le hizo una seña nerviosa a su mujer para que le trajera las abarcas. Fue entonces cuando el pueblo fue invadido por un murmullo de vocecillas, cual enjambre de avispas.


—¡Una centella!

volvió a expresar el niño, ahora con mejor suerte.


—Sí… debió de ser eso —

dijo su abuela, quien daba media vuelta lentamente para volver a su cama de tijeras.

—No —

replicó su apresurado esposo—.

- Sonó como cuando a el negro Andrés de La Cruz  se  le disparó la-…

Fue entonces cuando empezó una impresionante descarga de todo tipo de detonaciones y zumbidos de los cuales nadie tenía idea del donde, pero se lo imaginaban el por que.?  Ya que unos días antes, se habían visto por el pueblo un número alarmante de extraños forasteros que no dijeron nada a nadie, pero que incomodaron a todo el mundo porque contaban, dentro de sus pertenencias visibles, con armas grandes, de esas que disparan una bala tras otra.

Desde esa noche, la mentalidad de los habitantes cambió de manera definitiva.  Fue necesario incluir, dentro de sus limitados repertorios mentales de guerra,  la sensación del miedo.

 Y no era el miedo causado por los espantos del cementerio, tampoco el que hizo que todo el mundo se pusiera a rezar unos años atrás, durante un inolvidable aguacero de tres días acompañado de un huracán que durante media hora circundó completamente el pueblo. Como una turbina gigante, cargó gran cantidad de agua de la ciénaga... e hizo llover peces.

 Este era un miedo completamente distinto: un miedo moderno, cargado de desazón, impotencia, aunque con algo de admiración.

Fue la noche más larga de la que se tenga conocimiento.

Todo el mundo volvió a sus camas sin pensar que sus vidas corrían peligro, ya que este miedo no trajo consigo el ahora famoso mecanismo de autoprotección. Acostados escuchaban como por momentos se aplacaba y parecía como si la brisa se llevara las detonaciones hasta el otro lado de la ciénaga... y luego las volviera a traer, como al vaivén de una gran hamaca.

Esa noche nadie se acordó que a las cuatro de la mañana había que despertarse a hacer el tinto y poner a cocinar la yuca. Extrañamente, y por primera vez en sus vidas, a todos los cogió el día acostados y con una rara sensación de no querer hacer nada. Poco a poco se fueron reuniendo en la escalera de seis peldaños de la puerta de la iglesia. Sin que nadie se atreviera a tomar la vocería, ahí se volvió a sentir el enjambre de avispas de las voces  de todos, que se interrumpió cuando un peón de una finca aledaña vino chapaleando entre el barro, gritando encima de un mulo y con voz casi ronca:

—¡Los guerrilleros!

—¡Están en La Poderosa, la finca de don Manuel Julián!

Y sin que aún nadie tomara la iniciativa, pero como si fuera una gran procesión, empezaron a caminar en un pequeño río humano conformado por hombres, mujeres, niños, ancianos, caballos... hasta los perros, en dirección contraria a la ciénaga.

Cuando la gran movilización llegó a la entrada de La Poderosa, enmarcada por dos árboles de Camajurú, se encontraron con que en ese sitio, la noche anterior, se había librado una impresionante batalla, tipo película alemana de la Segunda Guerra Mundial. Sólo se veían por doquier charcos de sangre y casquillos de bala que los chicos empezaron a recoger.

Detrás de un matojo de una mata de escobilla y bajo el asombro de los presentes, encontraron el único cuerpo sin vida que habrían olvidado de aquel encuentro bélico: una hermosísima mujer de unos 18 años de edad, con facciones de gente turca. Estaba completamente desnuda, por lo que se notó —bajo las miradas atónitas— que en vida hubiese podido ser reina de belleza o algo parecido…, una piel blanca donde sólo se le alcanzaban a ver a la altura de las piernas las innumerables ronchitas de las picaduras de mosquitos, y unos ojos verdes que miraban aún con rabia.

En el ambiente se sentía una incomodidad masculina colectiva, presente no sólo por la hermosa desnudez de la desafortunada mujer, sino, por decirlo de alguna forma, por la vida que se acababa de perder para siempre. Debido a un pequeño agujero a la altura del corazón, Nadie reaccionaba, sólo una anciana que se quitó la toalla que traía en la cabeza logró agacharse para taparle las partes íntimas. Fue cuando se dio cuenta de que traía al cuello una cadenita de oro de las que le ponen a los bebés, con una plaquita que decía en letra cursiva: Alexandra.

Como ninguno allí había podido aún procesar la terrible escena, sólo se limitaron a hacer reconocimiento del sitio. Cuando empezó a calentar el sol, tomaron la decisión de regresar al pueblo. No faltaron los voluntarios que ofrecieron cargar el hermoso cuerpo sin  vida de la que, automáticamente, bautizaron con el nombre escrito en la cadenita, hasta llevarlo a la sombra del palo de tamarindo que se levanta aún imponente en el centro del cementerio del pueblo.

En común acuerdo, a eso de las 5 de la tarde, se tomó la decisión de que, como nadie conocía a esta mujer y no podía dejarse insepulta, y teniendo en cuenta que los terrenos sagrados del cementerio no costaban un peso, gracias a la bondad de un viejo carpintero que construyó un rústico cajón y en tan sólo una hora, se le dio cristiana sepultura. En donde sólo quedó un montículo de tierra con un ramito de flores de papel descoloridas, cogidas de otra tumba, y una mediana y asimétrica cruz de madera pintada de blanco, con letras negras que decían:
Alexandra – noviembre 22 de 1989.

Desde ese día hubo hacia el cementerio una curiosa peregrinación de personas que extrañamente empezaron a visitar a sus muertos ya olvidados y, de paso, a ver la tumba y echarle un rezo a la pobre desconocida.

Nadie tiene certeza de en qué momento a alguien se le ocurrió, más que rezar, pedirle el favorcito a Alexandra para que llevara una petición al Todopoderoso. Tampoco se sabe cómo se regó la noticia de que este el correo celestial era funcional, pero lo cierto es que se difundió por el pueblo —e incluso en los pueblos vecinos— tanto, que fue necesaria la intervención de un cura visitante varios meses después, para apaciguar, en gran parte, los desmanes de los ya muchos fervientes creyentes.

Durante mucho tiempo, las incursiones del grupo armado se fueron haciendo más frecuentes. Los disparos de noche ya eran normales, la gente empezó a relacionarse con los insurgentes, y el miedo se fue transformando en una rara admiración. La gente armada estaba organizando el pueblo: ya había ley, o al menos, gente que mandaba y otra que debía obedecer. Se estratificó el poder de la pequeña sociedad.

Lo malo fue que, con el tiempo, la autoridad se convirtió en poder, algo así como un régimen. Volvió el miedo y la impotencia. Las mujeres jóvenes y hermosas del pueblo comenzaron a emparentar, no muy a su voluntad, con los forasteros. Esto ocasionó que muchos cultivadores y pescadores, cautivados por los “beneficios del poder”, se formasen en las filas de ese grupo.

Desde entonces, nadie volvió a confiar en nadie.

Les costó vidas, tiempo y dinero a los habitantes de Zapayán recomponer su propia historia, basada en un sentimiento imperfecto y no adecuado, pero funcional.

En un sentimiento maleable según el momento, porque cuando al tercear el café con leche por la mañana ya no hay quien se lo tome, o cuando el sillón del burro está flojo porque las manos que lo ataron son de mujer, entonces es porque no sólo se pierde el ya famoso patrimonio inmaterial: también se pierde algo ya conocido desde antaño, pero que todavía no aparece en la Constitución Política de ningún pueblo en el mundo:

el, desde hoy,

Estado espiritual de derecho.

 

Parte 2 

Los Paras


Y como dice el nuevo dicho: después de la tempestad viene otra peor...  en el pueblo Aparecieron nuevos forasteros, pero esta vez no solo incomodaban a los habitantes de vida sino también a los habitantes por apropiación.

La cosa se puso tensa, si antes se dormía a las ocho de la noche, ahora la recogida era a las 5 de la tarde al mejor estilo de las gallinas.

En medio del desconcierto de la gente ya se sospechaba que se tenía que estar de un lado o del otro, en estos tiempos los neutrales eran o enemigos o cobardes, Así que en tal caso se optó por uno de los mecanismos de protección más antiguas del planeta,

 la invisibilidad.

Y no me refiero a mimetizarse como lo logran algunos animales e insectos, Me refiero literalmente a ser invisibles. Y la capacidad creativa de los pueblerinos en esto era tal que cuando pasaban los alzados en miedo, el pueblo parecía un pueblo fantasma ni los animales domésticos deambulaban, Pero los visitantes se sentina observados desde los innumerables hoyitos de las paredes de bahareque y las rendijas de las tablas.


A pesar de esto  la inocencia del pueblo seguía intacta, así que de la misma forma como se le temía después se respetaban y más tarde se querían, se amaban se protegían a los subversivos, también así se trató a la nueva gente. Y esto se podría entender si se toma en cuenta que cada grupo de personas era una nueva y desconocida propuesta de vida para la gente del pueblo, sea cual fuese su trasfondo teorético político o social, traían desarrollo. porque si los primeros implantaron leyes que servían en mejora del diario vivir los segundos regularon la pobreza del sector, y si los primeros ayudaron a que el campo saliera a flote los segundos ayudaron a poner el pueblo en el mapa construyendo carreteras que agilizaban todo, si con los primeros era prohibido robarse el cerdo o las gallinas del vecino con los segundos no se podría sacar de la ciénaga los peses pequeños, de un momento a otro y en medio del temor, así como había abundancia en los corrales también sobraba las riquezas de la Ciénaga.

De alguna u otra forma esto se podía entender como una patria sin país y un pueblecito de pocos habitantes era ya parte de una economía en procesó de crecimiento, algo que antes no existía. Y que el gobierno jamás llevaría a ellos.

Fue tanto el cambio sufrido que hasta selección de fútbol apareció en el escenario y no cualquier selección una selección ganadora, con la camiseta del uniforme de la Argentina, para infundir respeto y la pantaloneta y las medias de la selección Holandesa, que significaba conocimiento, los pies callosos que antes corrían en el polvorín ya volaban dentro de los anatómicos casquillos de futbol  marca Niké, Y en una tremenda cancha de recién aplanada y limitada por llantas usadas, para que los burros no se metieran y marcada con Cal. se llevaban encuentro de las selecciones de los pueblos circunvecinos, en medio del jolgorio del director técnico quien con un tabaco en la boca y montado en un caballo para no cansarse corría de un lado a otro de la cancha, dando instrucciones precisas de cómo la famosa estrategia de los holandeses todos suben y todos bajan. Implantada en un mundial pasado y bien aprendido gracias pantallas en blanco y negro de los televisores, era funcional. Hoy más que nunca, la famosa estrategia que una vez llamaron la naranja mecánica hoy la rebautizaban el Calabazo de Hierro.


Pero cuando la fama llega, se pierde la invisibilidad, Fue necesaria la visita de un candidato a la presidencia de la república, que nadie sabe cómo y para que llego al pueblo donde jamás en la vida habían votado porque nunca hubo donde. Para que el emblemático Ejercito Nacional con todo y helicópteros que zumbaban tanto que hacían que las vacas saltaran de un brinco los corrales cuando aterrizaban en la cancha de Fútbol y hasta una tremenda lancha de 8 metros de eslora con dos motores fuera de borda que revolvían el agua y atormentaban pueblos de la Ciénaga, diera cuenta de la importancia de que esta pequeña y desconocida porción de tierra y agua se reincorporara al país ya que tanta riqueza debería pagar impuestos lo más pronto posible. Y tantos hombre y mujeres debían  votar  en las próximas elecciones.

Lo que ocasiono que tambaleara la aparente tranquilidad reinante. De un momento a otro volvieron los enfrentamientos bélicos y esta vez con un tercer ingrediente… los Soldados, Aunque la cosa no fue tan terrible como pudo haber sido, afortunadamente y gracias a la reaparición de unos personajes tradicionales en las costumbres de estos pueblos, Los Palabreros., Estos lograron que existieran unos magníficos acuerdos consistentes en pequeñas diferencias de tiempo y espacio en. Algunos casos de minutos entre las visitas de los Guerrilleros los Paras y los Soldados, Incluso lograba que se le diera espera a alguno de los tres grupos armado cuando por alguna razón involuntaria se demoraba en el pueblo para que salieran a tiempo y para que el siguiente entrara con tranquilidad,

Como no mencionar al palabrero mayor título que le otorgaron informalmente a José María Marriaga un viejo honesto de palabras escasas pero precisas, quien logro su más grande hazaña una noche cuando puso a dormir los primeros en el colegio a otros en la cancha de fútbol y a los terceros en la placita de la iglesia. Porque ninguno se quiso irse, debido a que el clima lluvioso no era el mejor para las caminatas nocturnas. Mientras el pueblo dormía en una total intranquilidad.


Con los policías fue distinto, ya que era necesario mantener a el considerable número de votantes en potencia bajo una legal representatividad y con la posibilidad que el dictamen popular dejara entrever la importancia de un líder en el mejor de los casos civil.

Se ahuyentaron poco a poco los Guerrillos también los Paras y como no habían insurgentes el sector mantener el ejército en la zona resultaba algo costoso poco necesario, así que 5 Policías impecablemente uniformados se convirtieron en los nuevos mandamases del pueblo tanto que fue imprescindible adaptar en inspección la mitad del espacio habitacional de la casa que se utilizaba como Telecom, que solo ocupaba un pequeño sector de esta, y donde todo el que llamaba de otro lado del mundo dejaba la razón para que el encargado buscara por todo el pueblo al solicito y le entregase el mensaje de que fuera a entender la llamada y después le cobraban no por utilizar el servicio de hacer llamadas si no el de recibirlas a un escandaloso costo 50 pesos el minuto de conversación


Estos custodios de la ley y el orden eran una mezcla de toda la gente que había pasado en antaño por el pueblo, tenían la capacidad de persuasión de los Guerrillos con el impresionante temple de los Paras y la decisión y legitimidad de los Soldados.


Se levantaban tarde y se acostaban temprano, imponían el orden mientras jugaban fútbol, arreglaban las disputas mientras se bañaban en la Ciénaga. De todas formas, la configuración espacial en el espíritu de la gente era como las Morrocoyas por dentro total mente adaptables al espacio y necesidades Si el caparazón del pueblo se expandía la gente era más libre pero lo que si se tenía claro en todos los rincones de la Ciénaga era el urgente reclamo por algo que no conocían y que tampoco sabían que tenían hasta que empezó a hacer falta…

Un estado espiritual de derecho intacto.

 

Parte 3     

Un Final...


Y si todavía y con todo lo dicho anteriormente no me explicado de lo que para mí significa Conformación del concepto de estado espiritual de derecho y los regímenes inmateriales rurales, Es porque simplemente todo se condensa en pueblo del magdalena que ya lo vivió todo, de una forma sufrida y de una forma disfrutada algo que no se puede medir a pesar de que muchas de las cosas que les han pasado han interferido directamente en el plano físico de muchos de sus habitantes.  porque hay lugares en el mundo que pareciese que las cosas ocurrieran en otra dimensión,

la dimensión del pensamiento y del espíritu de un lugar dentro de la geografía intangible la que hoy se llama

Sencillamente…

Zapayán.

 

 

 

 

 




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